Niños de alta demanda
¿Qué significa tener un "niño de alta demanda"? Una etiqueta popular que merece una mirada crítica
En los últimos años, cada vez más familias hablan de sus hijos e hijas como "niños de alta demanda". Es una expresión que circula por redes sociales, libros de crianza respetuosa y grupos de padres. Muchas veces, la descripción encaja tanto con lo que viven en casa que sienten un gran alivio: "¡por fin alguien pone nombre a lo que me pasa!"
Pero, ¿qué significa realmente esta etiqueta? ¿Tiene base científica? ¿Estamos hablando de un rasgo de personalidad, de un estilo de crianza, de un trastorno... o de otra cosa? Y lo más importante: ¿puede el término “niño de alta demanda” terminar provocando un efecto Forer?
Vamos a profundizar en el tema.
¿Qué es un "niño de alta demanda"?
El término fue popularizado por el pediatra estadounidense William Sears, que en los años 90 describió así a su propio hijo. En su libro, enumeraba características como:
- Necesitan contacto físico constante.
- Duermen poco o con despertares frecuentes.
- Requieren atención continua.
- Tienen reacciones intensas, con llanto o frustración.
- Son muy sensibles a los estímulos.
- Parecen insaciables: “nunca es suficiente”.
Estas descripciones calaron hondo en muchas familias, sobre todo aquellas que practicaban o buscaban una crianza con apego, más sensible a las necesidades emocionales de los bebés. Desde entonces, la etiqueta ha ganado terreno… a pesar de que no existe como diagnóstico oficial en ningún manual clínico (DSM-5, CIE-11, etc.).
El atractivo de una etiqueta: entre la validación y el sesgo
Identificar a un niño como “de alta demanda” puede cumplir una función positiva: aliviar la culpa parental, normalizar ciertas experiencias difíciles y ofrecer una narrativa comprensiva. Muchos padres y madres sienten que, al fin, alguien reconoce que su hijo o hija no es "difícil" por capricho, ni que ellos están "fallando" como cuidadores.
Sin embargo, esa misma potencia emocional puede abrir la puerta a un efecto Forer: aceptar una descripción general como si fuera profundamente personal y exacta, solo porque encaja con nuestra experiencia subjetiva.
Casi cualquier bebé sano puede tener etapas de sueño irregular, necesidad de contacto, llanto intenso o exigencias constantes. En ese sentido, la etiqueta de "alta demanda" puede ser tan amplia que abarque a la mayoría de los bebés en ciertos momentos del desarrollo.
¿Niño de alta demanda o desarrollo típico?
Es importante recordar que el comportamiento infantil está mediado por múltiples factores: maduración neurológica, temperamento, entorno, dinámica familiar, estilo de apego, estado de salud, entre otros.
Un bebé que llora mucho, necesita brazos o se despierta varias veces por la noche no necesariamente tiene una condición especial. Puede estar pasando por una etapa de desarrollo típica (crisis de separación, dentición, regresiones del sueño, etc.), o respondiendo a un entorno estresante, o simplemente tener un temperamento más reactivo, lo cual no es sinónimo de “problema”.
El peligro está en que, al abrazar una etiqueta tan difusa como "alta demanda", dejemos de observar otras variables que sí requieren atención clínica o psicopedagógica:
- ¿Tiene el niño dificultades de autorregulación persistentes?
- ¿Hay un retraso madurativo o del lenguaje?
- ¿Hay señales compatibles con trastornos del neurodesarrollo?
- ¿Cómo se encuentra el bienestar emocional de la madre, padre o figura de apego principal?
El riesgo de patologizar lo normal (o normalizar lo patológico)
Una de las tensiones centrales en torno a esta etiqueta es la fina línea entre comprender mejor al niño y minimizar señales de alarma. Hay casos en que un niño con un trastorno del espectro autista (TEA) o con TDAH no es identificado adecuadamente porque todo se atribuye a que es “de alta demanda”.
Al mismo tiempo, hay familias angustiadas porque su bebé no duerme seguido o pide estar en brazos todo el día… cuando eso puede ser parte del desarrollo típico.
Por eso, desde la psicología clínica es fundamental evitar etiquetas sin base diagnóstica cuando impiden o retrasan una evaluación adecuada.
Entonces, ¿sirve hablar de “alta demanda”?
Sí… con matices.
Como metáfora o punto de partida emocional, puede ser útil. Validar la experiencia de una madre o un padre que se siente sobrepasado por las demandas de su hijo es fundamental. A veces no hace falta una etiqueta clínica, sino simplemente decir: "es normal que te sientas agotado" o "no estás haciendo nada mal".
Pero no debemos confundir una narrativa útil con una categoría diagnóstica.
Algunos aspectos a considerar:
- Si la etiqueta alivia, conecta y no interfiere con el desarrollo del niño ni con la búsqueda de ayuda, puede tener un lugar simbólico.
- Si desplaza la responsabilidad de observar al niño en su totalidad o impide consultar a un profesional, puede convertirse en un obstáculo.
¿Qué pueden hacer las familias?
- Observar la evolución del niño: ¿sus dificultades se mantienen o cambian con el tiempo? ¿cómo se comparan con los hitos esperados para su edad?
- Buscar información contrastada: no todo lo que circula en redes o libros de autoayuda tiene respaldo científico.
- Pedir orientación profesional si hay dudas persistentes o malestar familiar. Un profesional puede ayudar a discernir qué es esperable y qué merece evaluación.
- Cuidar la salud mental de los cuidadores principales. A veces el niño no cambia, pero sí cambia nuestra capacidad de sostener lo que ocurre, y eso transforma todo.
Conclusiones
La etiqueta de “niño de alta demanda” puede funcionar como espejo: nos devuelve una imagen que sentimos que nos representa. Nos da palabras para narrar lo que no sabíamos cómo expresar. Pero, como ocurre con el efecto Forer, que una descripción encaje no significa que sea precisa, ni que sea suficiente.
En psicología, es mejor trabajar con realidades complejas que con definiciones fáciles.
Entender a un niño no es encasillarlo, sino verlo en contexto, con toda su historia, vínculos, ritmo madurativo y entorno emocional.
Y, sobre todo, comprender que las etiquetas deben abrir posibilidades, no cerrarlas.